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Correr

Suena un disparo. Empezamos a correr. Siento los muslos esforzándose para empujarme. Siento las rodillas esforzándose para no doblarse, no dañarse. Para no doblarme y no dañarme. Para mantenerme recto, erguido. Siento el tobillo darle torsión al pie, permitirle apoyarse, traducir el empuje del muslo en rozamiento con el suelo, en tracción hacia adelante. Veo a quien corre a mi lado. Lo veo por el rabillo del ojo, por la visión periférica. Me siento tentado a girar la cabeza, a mirarlo fijamente. Sigo corriendo. Veo otra persona, del otro lado. No la veo por el rabillo del ojo, por la visión periférica. La veo adelante. Corre adelante mío. Siento mi respiración, el diafragma que baja para agrandar los pulmones y permitir que entre oxígeno. Siento como choca desde adentro con mis abdominales, que hacen fuerza para mantener mi cuerpo firme. Siento el aire que entra cargado de oxígeno. Siento el oxígeno recorrer mi sangre, llegar a cada célula. Siento la respiración celular, el proceso de

Abracadabra

"¡Abra la cabra, papa que ladra!" Gritó Damián. "¡No, Damián! ¡Así no! A ver, repasemos de nuevo. ¿Primer paso?". Damián respiró profundo, y respondió despacio: "Imaginar lo que quiero que pase". "Bien" dijo Lucía. "¿Segundo paso?" "Visualizarlo claramente. Despejar la mente, olvidarse de todo lo demás. Quitar todos los otros pensamientos de la cabeza." "Perfecto, Dami. Tercer paso: entonar fuerte y claro…" Damián hizo un silencio. Lucía se quedó mirándolo fijamente, esperando. "Dami, tercer paso. Entonar fuerte y claro…" "No me sale, Lucha. No sé qué pasa, no me sale." "Tranquilo Dami, ya va a salir. ¿Querés que lo digamos juntos?" Damián lo pensó un poquito, abrió la boca, la cerró de nuevo, y asintió con la cabeza. "Vamos Dami, a la cuenta de tres. Uno, dos, tres." "¡Abracadabra, pata de cabra!" gritó fuerte Lucía. "¡Ala macabra, panza de garza!" gritó Da

El paraíso, el espacio exterior

El paraíso, el espacio exterior. Así se llamaba un poema de Mariano Blatt. Un conjunto de versos sobre las cosas simples de la vida. Lanchas, colectivos, partidos de fútbol y el cielo. Los detalles que se nos pasan en la cotidianeidad y se entremezclan con el paisaje. Los que hacen que valga la pena vivir. Me pregunto si Mariano Blatt querría vivir como vivimos ahora. Sin una lancha, sin colectivos, sin partidos de fútbol y sin cielo. En el paraíso, el espacio exterior. Siempre me pongo pesimista con esto. Me quedo mirando a la nada, pensando en cosas que mis ojos nunca vieron. Extraño el mar y el cielo, extraño los colectivos y las lanchas. Todavía no entiendo bien qué es un subte, pero también lo extraño. Me pregunto si habrá un nombre para una nostalgia de cosas que uno nunca vivió. Lo busqué en la biblioteca digital, y no encontré nada. Pero encontré a Mariano Blatt. También encontré a Tolkien, Borges y Saramago. Todos autores de fantasía, acá en el paraíso. Pasamos del estoicismo

Causas de Muerte

 12 de noviembre de 2004. "No me voy a morir." "Mariana, perdón pero" "No, Julián. No me voy a morir." "Es cáncer de páncreas, Mariana. El doctor ya dijo que estás más allá de la quimio. Ya está." "No me estás entendiendo, Julián. No me voy a morir." "¡Mariana, vos sos la que no entendés! No hay nada que podamos hacer ya." "Bueno, no hagas nada entonces. Pero yo no me voy a morir." — Sí, ya sé. Fue muy choto cómo se lo dije. Me lo dijo después, y cada tanto me lo recuerda. Pero me costó un montón aceptar la muerte de Mariana, y más me costó que ella no la aceptara. El problema cuando tenés una melliza es que estás tan acostumbrado a estar de acuerdo, a pensar parecido, a entenderla, que cuando no están de acuerdo en algo no sabés cómo reaccionar. Yo reaccioné así. Ella… Bueno, ella reaccionó distinto. — 19 de noviembre de 2004. "Mariana, ¿me querés explicar qué hacemos de noche en este barrio?" "Buscan

El Sombrero

El viento aullaba y sacudía las ventanas lleno de furia, tan fuerte que no sé para qué seguían tocando el piano en el fondo, si apenas se lo escuchaba. Algunas parejas se abrazaban para calmar un poco el miedo, algunos solteros escondían el miedo detrás de un semblante de macho, y otros detrás de un vaso de whisky. Yo me abrazaba al whisky. El bar, de buen tamaño para el pueblo pero modesto para cualquier estándar citadino, estaba atestado de turistas. Supongo que todos estaban igual que yo, de paso por el pueblo por el fin de semana, disfrutando del lugar más opuesto a la ciudad que encontramos. Escaparle al ritmo urbano es fácil, pero se ve que escaparle al alcohol no tanto. Estábamos todos en proceso de afirmar que la sobriedad no existe, cuando entró por la puerta entreabierta una corriente de aire que nos despeinó un poco. Enseguida el barman salió corriendo hacia la puerta. Dejó entrar a una pareja vestida también de turista, y cerró con llave. Lo de echarle llave me pareció un p

El gualicho del humor malo

 "Mirá, yo me voy yendo a casa. Sos lindo, pero esos chistes pelotudos te restan un montón." Bueno, ahí va otra, pensé. Me puse perfume y todo, pero ni así. No puede ser che, en Tinder hago match con todas, por WhatsApp se enamoran enseguida, pero hablamos media horita y se espantan. ¡Y eso que me contengo! Si les tirara todos los chistes que se me van ocurriendo las citas no durarían ni 10 minutos. Es la maldición del humor que me dejó mi viejo. No puedo evitarlo, tiro chistes malos constantemente. El humor era cultura en casa, y todos mis hermanos lo llevan incorporado. Pero siempre el quinto varón de la familia tiene eso, esa cosa de que los chistes son todos malos, y no puede evitar decirlos. Le pasaba a mi bisabuelo, le pasaba a mi viejo, y me pasa a mí. Mi abuelo zafó, porque era el cuarto varón, pero su hermano más chico también lo sufría. Por eso mis tíos dejaron de tener hijes apenas nació el cuarto varón, para no perpetuarlo. No sé si le diría maldición, aunque un p

Evolución

  ¡Marta, te digo que se lo llevaron ellas! Dejá de joder Roberto. Llevás meses ya delirando con eso. ¿Qué explicación tenés entonces? Qué se yo, se puede haber caído en algún lado. Capaz lo tiré sin querer cuando estaba limpiando. Cualquier cosa puede haber pasado. Bueno, dentro de ese cualquier cosa está que se lo hayan llevado ellas. Roberto, en serio, dejá de joder. Las hormigas no roban criollitos. Les gusta lo dulce nada más. No, ya sé que no comen criollitos. No soy tonto Marta. Pero se los llevan para echarle las migas a los pájaros, así tienen menos hambre y no se comen los bichitos que las hormigas matan. Roberto, está bien que son inteligentes los bichos, pero tampoco como para armar una estrategia así. ¿Qué sigue, que planifiquen conquistar el mundo? Todavía no Marta, pero no les falta tanto. Por ahora las civilizaciones que he visto tienen tecnología prehistórica, y todavía no descubrieron el fuego. Pero como cada generación vive mucho menos tiempo, avanzan mucho más rápid